Según el diccionario, Paisaje, es la extensión de terreno que puede verse desde un mismo sitio, y también: una extensión de terreno considerada desde su aspecto artístico. Landscape quiere decir exactamente lo mismo según el Merriam Webster, sin embargo me gusta pensar que el inventor de la palabra en inglés, quería aludir a los elementos del paisaje escapando por el horizonte, mientras es absorbido por nuestro cerebro, a esa idea de viaje hacia la infinitud que se forja en nuestra cabeza, cuando nos asomamos a los grandes espacios abiertos y quedamos a merced de la grandiosidad de la naturaleza.
La Pedriza es uno de esos lugares mágicos, donde su grandeza no es evidente y su enormidad no es apreciable a simple vista, hay que acercarse, y como a Ulises, el Canto de Sirenas acaba atrapándote en sus armonías de piedra y jara, y cuando se ha penetrado en sus secretos, se retuerce la mente buscando algo semejante, pero no nos será posible hacerlo, la Pedriza es única.
Esta es la primera impresión que reciben los viajeros del corazón mismo de la Pedriza, hemos ascendido desde el río hasta el collado de quebranta herraduras por una ladera desprovista de identidad, y al llegar al collado despojamos de la capucha al fraile. Desde allí arriba el panorama nos desborda, es como si nos faltara el aire, no podíamos adivinar desde fuera semejante espectáculo, no podíamos imaginar esa enorme colección de piedras cizallada por la mitad, primero por el Manzanares y mas adentro por la Majadilla, asaltando nuestros sentidos. Desde el Yelmo arriba a la derecha, hasta las Torres coronando la vista. En ese momento las rocas y los árboles se tornan historia y leyenda haciéndonos partícipes de sus vivencias.
Desde un lugar cercano al Collado del Cabrón, podemos asomarnos a uno de los mayores prodigios de la Pedriza, la cuerda de los Pinganillos, y mas arriba el risco de las dos Torres. Contemplando la esbeltez de las formas frente a nosotros, podemos ver y podemos entender el por qué, los hombres decidieron conquistar sus cimas, por qué esos hombres abandonaron la seguridad del suelo firme para danzar por sus paredes, y de repente el infinito nos parece cercano, y nuestro espíritu vuela sobre el Pájaro, los Guerreros, la torre de las Arañas negras, los Molondrios y el risco Buitrón, y penetramos entre sus angostas canales, llenando de ansia nuestro corazón.
De un salto nos colocamos en el Barranco de los Huertos, para contemplar al Arco Iris señalando al Cancho de los Muertos presidiendo la colina de las mil luces y las diez mil formas, porque la Pedriza no tiene paisaje, su geografía es un mosaico cambiante de piedras que cabalgan unas sobre otras en un equilibrio imposible, siempre en constante movimiento. A cada minuto que pasamos en sus dominios, nos vamos transformando, nuestro corazón se abre a sus caprichos sin remedio, y lo aceptamos, sentimos que hemos perdido, la Pedriza ha ganado.
Desde las Vistillas, el perfil sur del Pinganillo Grande se recuesta sobre los verdes pinares, mostrando su cara oriental sobre la que se dibuja el perfil sur. Tómate tu tiempo, la escena requiere de la máxima calma. Si cierras los ojos, la imagen permanecerá inmóvil y podrás viajar en el tiempo para ver a aquellos hombres que un día desafiaron al presente para cabalgar por sus muros. Ángel Tresaco, Teógenes Díaz, Pedro Ramos, Pérez de Tudela, Salvador Rivas, El Mogoteras, Loquillo, Pedro Acuña, y tantos otros que hicieron de estas piedras parte de sus vidas.
Ya no podremos evitarlo escalaremos por sus llambrías lisas como espejos, volaremos por sus angostas y caóticas canales, ahora lo comprendemos, nos hemos convertido en pedriceros.
De camino al llano aún tenemos tiempo de sorprendernos. Desde el collado de la Cueva, podemos ver a la Peña del Reloj, cima de los Canchos del Manzanares, con la vista fija en la gran Maliciosa, la del Tocado de monja guardiana de los rojizos canchos cayendo vertical sobre el ventisquero e la Condesa. Debajo de nuestros pies, la garganta de la Camorza, la salida del Manzanares buscando su camino al mar, lejano mar por cierto. Ya formamos parte del paisaje, ya podemos escapar del marco.
La despedida nunca será para siempre, sino todo lo contrario; su imagen ya forma parte de nosotros, y si hemos asumido la carga, seremos mejores y haremos mejores a los demás. Somos pedriceros. Se nos distingue del resto porque tenemos la sangre gris.
Ya no podremos evitarlo escalaremos por sus llambrías lisas como espejos, volaremos por sus angostas y caóticas canales, ahora lo comprendemos, nos hemos convertido en pedriceros.
De camino al llano aún tenemos tiempo de sorprendernos. Desde el collado de la Cueva, podemos ver a la Peña del Reloj, cima de los Canchos del Manzanares, con la vista fija en la gran Maliciosa, la del Tocado de monja guardiana de los rojizos canchos cayendo vertical sobre el ventisquero e la Condesa. Debajo de nuestros pies, la garganta de la Camorza, la salida del Manzanares buscando su camino al mar, lejano mar por cierto. Ya formamos parte del paisaje, ya podemos escapar del marco.
La despedida nunca será para siempre, sino todo lo contrario; su imagen ya forma parte de nosotros, y si hemos asumido la carga, seremos mejores y haremos mejores a los demás. Somos pedriceros. Se nos distingue del resto porque tenemos la sangre gris.
1 comentario:
Vinatea te pareces a Unamuno....que dicen que sugería elevar los paisajes a "estados de conciencia" en cuanto a todo lo que sugieren en cuestiones culturales.......
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