Ruta de las praderas - parte 1


Hemos venido con el Silvi, lo que por una vez y sin que sirva de precedente, nos ha colocado directamente en Cantocochino sin paradas intermedias, y en un tiempo récord, que nos proporciona unas horas extra de solecito vespertino. Junto al autocar, haciendo el saludo al sol con los brazos extendidos, podemos ver al mogotitos junto al gelito y al Richar.




Pradera de Cantocochino, lugar de encuentro


- ¿Qué, a donde vamos?, ¿o nos vamos a quedar todo el día mirándole la calva al Silvino.? - Suena por ahí. Una pregunta que pone a prueba la preparación académica de los aquí reunidos. Hasta que al fin alguien responde:
- Y yo que coño sé - Es uno que ha ido al instituto quien contesta - Propongo que nos hagamos unas peras y luego nos mojamos el culo en la Kindelán - El resto del personal, le dedica unos gestos obscenos al enterao y luego cargan los mochilones a la espalda.

Casi por instinto el personal cruza el río en dirección a la pradera de los Lobos, supongo que imitando a los elefantes, siguen la ancestral ruta que conduce a los dormideros naturales a la vera del Cerdito en terreno blandito, un lujo para los que tienen pinchada la colchoneta. Solo hay un problema: son las cinco y media de una calmada tarde de julio, y meterse en el sobre con el sol apretando, pues que no.

Sin saber de donde, aparece una pelota de goma de vistosos colorines, que hace que el total de los presentes ( siempre hay alguien mas existencialista que critica el acto y no se suma al grupo), se abalance sobre el esférico en plan hipopótamo apartando a coces a sus congéneres, mientras a la vista del espectáculo, Ángel, el psicólogo del grupo se hace preguntas a sabiendas de que no tienen respuesta. Después de un partidillo totalmente antirreglamentario, se hace la calma. La pradera de los Lobos ejerce su magia. La gente se calma, asume que están en el monte y comienza a comportarse como auténticos chupariscos. - ¡vamos p'al Yelmo! -

Dicho y hecho, se vuelven a incorporar los portantes en la chepa, se encienden los postreros pitillos, y se enfila al barranco de los Huertos. Antes de doblar la Familia, un animado grupo de jovenzuelos de algún banderín de los Boy Scouts, dirigidos por un adulto en pantalones cortos de aspecto sospechoso, pregunta:
- ¿ Nos podrían indicar donde está Cantocochino? -
- Búscate la vida cara culo - Es la meditada respuesta de uno de los aguerridos.
- Joder Luismi, que son lobatos - se oye en tono paternal.
- Es por allí - señalando al aire, como quitándoselos de encima, y sin mas dilación la peña comienza la subida.

Media hora mas tarde, las primeras unidades, ( veteranos de la Marcha de los borrachos, y habituales de la Marcha del Grumbe ), pisan la Gran Cañada, una autopista de hierba que cruza de este a oeste, y divide en dos la Pedriza anterior con un maravilloso arroyo que mantiene agua hasta bien avanzado el verano. El sol revienta y hay pocas gana de andar, los que no han llenado las cantimploras, buscan los chorritos de agua, y los curtidos en mil batallas yelmeras, recolectan juncos que serán usados como canutillos, para beber agua en el manantial de la pradera del Yelmo.


La Gran Cañada, uno de esos Lugares inverosímiles de la Pedriza.

A eso de las seis y pico, el pelotón abandona las verdes franjas de hierba para encarar la dura pendiente hacia el Yelmo, quien mas quien menos, veinticinco kilos a la espalda según una meticulosa colección de adminículos, considerados imprescindibles por la UIAA:

Saco de plumas ( quien pueda ), Camping gas ( con su botellón azul de hierro macizo ), colchoneta de lona inflable, ( hay quien acarrea parches y pegamento por si acaso ), y plástico para poner debajo, chaquetilla de escalada o jersey con refuerzos para el rápel ( absolutamente inútil en el Yelmo ), maza Cassin ( en su defecto, si no se tiene, he visto gente con martillos de bola ), estribos de tres peldaños ( los exageráos, los llevan de cuatro ), cuerda de cuarenta ( los hay que la tienen de sesenta pero yo solo se la he visto a los franceses con pasta, lo normal es que no la tengas ni de cuarenta ), quince mosquetones ( de hierro por supuesto, de esos que a las tres escaladas se les enquista el gatillo, son los conocidos "Malatti" ), universales en cantidad suficiente y necesaria, como las condiciones de los teoremas matemáticos ( hay otros modelos de clavijas: planas, de fisura horizontal, de U, etc., pero valen una pasta ) drizas del cinco y anillos del nueve ( los modernos llevan cinta de paracaídas ).

Y por supuesto la zampa, toda clase de zampa; Sardinas en lata, Foie gras en lata (lease fuagras), tortilla de patatas, filetes rusos, y leche para el desayuno, fiambres variados, sobres de sopa, cubiertos, cazo, cantimplora y navaja, ( opcional bota de vino). Total un pasote, pero la vida de montaña es dura, y el auténtico montañero soporta estoicamente todas las dificultades. Lo que es seguro, es que esta noche dormiremos en la pradera del Yelmo, se fuma, se ríe, y se dicen ordinarieces, es decir, lo de siempre. Hoy es sábado y mañana escalaremos, y eso es lo realmente importante. (...Continuará)



2 comentarios:

El Patxi dijo...

Una vez mas me has hecho pasar cinco buenos minutos leyendo tus historias. A ver si algún día nos pones algunas imágenes ilustrativas de tan alegres y lejanas aventuras.

Un saludo.

Kiko dijo...

Yo pediría un "especial filetes rusos" cuando pueda usted!...por aquello de retomar las viejas costumbres (además de por la hora que es que ya me hace croar el vientre).....MUY BUENO, historia viva, yo también viví los 70, con pocos años, pero aun recuerdo las fiambreras, arriba la tortilla y abajo los filetes, las cletas, el chuvasquero de plegar a modo de riñonera, el jersey de lana, etc...