Riesgos laborales

La gloria personal se magnifica con las grandes gestas. En el caso del alpinismo, las  medallas más sabrosas se obtienen a más de ocho mil metros. Si has conseguido la cima de uno de esos grandes monstruos, que solo se encuentran al norte del subcontinente indio, la gente te saludará por la calle y te reconocerán como al hombre que subió un "ochomil". Tu aseguraras que no es para tanto, que la fe te ha llevado hasta allí y que es la amistad, el valor, y las cosas bien hechas por el equipo, lo que lo hacen posible, mientras te abrazas a la medalla que por si alguien tenía alguna duda es para ti solo.

Desde mi humilde punto de vista, subir hoy al Everest, por poner un ejemplo, tiene poco que ver con una epopeya, y el coste ya no se paga en sudor sino en dólares. Cuando veo a Edurne, veo una mujer montañera, guapa, atlética, inteligente, y tal vez incluso diestra en los negocios, pero de lo que no soy capaz, es de discernir si va a escalar el Annapurna, o a correr un gran premio de Moto GP. Fuera de contexto solo puedo apreciar, los milimetrados espacios disponibles para publicidad, atestados de anuncios breves sobre su brillante chaqueta de Goretex.

Hoy la escalada de ochomiles tiene poco o nada que ver con el alpinismo. Kilómetros de cuerdas fijas recorren unas paredes en las que decenas de Sherpas emprendedores, cumplen sus horarios de trabajo de acuerdo con sus respectivos convenios laborales. El aventurero-cliente dispone de todas las facilidades para cumplir su sueño: personal de apoyo, catering a todas las cotas, monitores experimentados con carné..., es decir todo lo que el folleto prometía. Los aventureros-científicos gozan a su vez de todas las facilidades para cumplir con su académica misión: expertos alpinistas, mozos locales, y una completa serie de instrumental científico. Los tele-aventureros, tienen a su disposición el último grito en tecnología, más todo lo anterior citado, para trasladar sus vivencias hasta los tresillos frente al televisor en las casas de los ciudadanos civilizados, adonde campeones olímpicos de sillón-bol armados con mandos a distancia, cerveza y patatas fritas, engullen boquiabiertos las imágenes, a pesar de no tener ni la menor idea de que es lo que les están contando. Y por último y no menos importantes los aventurero-pragmáticos, aspirantes a ingresar en el libro Guiness  de los records con cualquier excusa: el más rápido, el más lento, el primero a la sillita de la reina... son los más requeridos por los medios de comunicación, y también , los más rápidamente olvidados.

Yo personalmente creo a Juanito Oyarzabal, no es necesario que  se suba cuarenta y dos veces los catorce ochomiles, yo le creo; no tengo la más mínima duda de que es un buen alpinista, pero cuando leo sus crónicas no sé si está en el Himalaya o retransmitiendo el gran premio de Dubai. De la misma manera que no veo la diferencia entre sus expediciones y las de farmacéuticos millonarios de Oregón. A pesar de que asegura que sus expediciones no son comerciales. Con tanto patrocinador colgando del plumífero, tengo serias dudas. Desde luego es digno de agradecer que los habituales del monte, sin posibilidades de acudir en persona a tan bellos y abruptos parajes, podamos disfrutar de sus aventuras en camiseta desde la cama, a miles de kilómetros de allí, a la vez que engullimos cualquier cosa que circule por el frigorífico, por obra y gracia de los teléfonos por satélite, que aunque el coste parezca elevado, no hay problema; pagan las radios o la televisión, que ya se han asegurado ráfagas de anuncios entre toma y toma del documental. 

Una antena de telefonía  garantiza la cobertura para toda clase de aparatos de comunicación a seis mil metros en el Everest. Ya veo con claridad en un futuro no muy lejano, los anuncios de compañías telefónicas a base de anuncios luminosos en los resorts himaláyicos, ofreciendo planazos de tarifa plana para llamadas a móviles desde las cimas nepalíes, para poder comunicar a la familia en directo, que te han subido a no se que montaña de ocho mil metros, (el precio en dólares no es necesario mencionarlo).

No quiero extenderme más, solo puntualizar que tanto currante en tan reducido espacio, y en condiciones un tanto deplorables, debido fundamentalmente al clima, a la falta de instalaciones adecuadas, y a la altura tan tremenda en la que se mueven los clientes, hay grave riesgo de accidentes. En mi modesta opinión creo que los sindicatos deberían tomar cartas en el asunto, y exigir a las expediciones la inserción de un técnico en prevención de riesgos laborales, lo que sería del agrado de gobierno y compañías aseguradoras, porque el helicóptero ese que sube cafés a siete mil metros es muy caro, y las empresas deben de estar seguras de que el coste en caso de accidente, será asumido al cien por cien por el responsable, porque no lo duden siempre encontrarán al pringado de turno que libere a las aseguradoras y al gobierno de cualquier responsabilidad. Hay que tomar todas medidas posibles para evitar accidentes, porque es muy desagradable que por negligencia u omisión ocurran accidentes con sus consiguientes costes. Económicos y humanos.

Podría alguien pensar: estás trivializando los riesgos que hombres y mujeres respetables corren escalando grandes montañas, y quiero responder: ¿Hay gente honrada, preparada y con la capacidad mental suficiente para abordar retos de ese calibre? ¡si! por supuesto, pero por desgracia son cada vez menos porque en la actualidad, hay muy pocos retos en estos lugares masificados, en los que los  auténticos banalizadores  son precisamente ellos, los turistas ávidos de pseudoexperiencias los que han degradado la gloria, hasta convertirla en un diploma en papel de envolver a cambio de una considerable cantidad de dinero. Hoy día subir un ochomil, requiere únicamente del concurso de una ingente cantidad de trabajadores especializados, que en ningún caso disfrutan de los beneficios del jefe de expedición con aspecto de surfero californiano, y dotes de guía turístico; y de dinero, de mucho dinero. Trabajadores que suben y bajan por las heladas laderas de acuerdo con el contrato, y cuyo reconocimiento por parte de los usuarios, no va más allá del minuto que se le otorga en alguno de esos programas televisivos emitidos en prime-time.

Y en ocasiones la gente muere, ¿A consecuencia de la búsqueda de la gloria, o por un fallo en los protocolos de riesgos laborales? Afortunadamente en el futuro se minimizará la cantidad  de accidentes, gracias a algunas medidas a tomar por los gobiernos, de cara a mejorar la seguridad en la escalada, hasta convertir los ochomiles en parques de atracciones, como dotar al personal obrero de chalecos reflectantes, exigir un carné por puntos a los guías y sherpas, y gaitas similares, así como la ubicación de  centros de atención primaria a todo lujo en los campos base.

Para terminar algo que me preocupa de este joven milenio, algo que creíamos desaparecido en siglos pasados. Son unas declaraciones a Desnivel, de Carlos Pauner con relación al trágico desfallecimiento sufrido por Tolo Calafat,que acabó con su vida en las laderas del Annapurna, declaraciones que en mi opinión no meditó demasiado y que me recuerdan tiempos pasados en continentes negros y lejanos:

“...A mí ahora mismo no hay dinero que me volviera a meter en esa montaña, ahora, si hay un amigo ahí probablemente iría. No querían subir (los sherpas) y la coreana tampoco se impuso (a los sherpas), pero bueno, tampoco lo veo mal, no puedes mandar. Cuando mandé a mi sherpa en busca de Tolo, tuve la sensación de mandar a un hombre a la muerte.   Desnivel. Jueves, 29 de Abril de 2010 - 

Yo le entiendo, pero reconozco que eso es lo que tiene tener tu propio sherpa, que se le puede mandar a cualquier sitio. Cada cual que saque sus conclusiones. 

Hoy lamentamos la muerte de Juanjo Garra, un alpinista, pero también un trabajador. Cámara de altura con Sebastián Alvaro y con Jesús Calleja, actividad gracias a la cual tenía la posibilidad de ver cumplidos sus sueños. Ayer un trabajador más, hoy un soñador menos.
Jueves, 6 de mayo de 2010 

 para su familia mi más sentido pésame 

4 comentarios:

El Centinela González dijo...

GENIAL.

MISTERRORESFAVORITOS dijo...

Ciertamente aquello es un circo como bien dejas entrever Tripero , un circo de varias pistas donde cualquier parecido con aquellas grandes gestas de los pioneros es mera coincidencia . El mercantilismo puro y duro se ha apoderado de aquellos frágiles valores del romanticismo montañeril , la excelencia de aquellos protagonistas ha dado paso a la mediocridad de muchos de los participantes actuales , arropados por grandes medios económicos y humanos , corriendo de forma pueril en busca de records económicamente rentables . Un respaldo , el económico, que garantiza burlar la vulnerabilidad del ser humano sobre el medio , acercándose lo más posible al éxito . Convirtiendo lo que fue grandeza en decadencia , una situación por cierto no solo aplicable al himalayismo , sino también apreciable de forma genérica en muchos otros aspectos de este deporte y de las sociedades occidentales en general
slds

Tortuga dijo...

Tenía otra visión de todos esos ochomiles cuando más joven, pero poco a poco todas esas sensaciones tan gratas se han ido desmenuzando tras escuchar y ver imágenes de esas montañas por donde la gente pasa al lado de cadáveres sin apenas percibirlos, donde la mayoría de ellos suben por patrocinadores, dineros y afán. Subir esas cumbres sabiendo que existen grandes posibilidades de no poder hacer nada por el compañero/a no me inspira ninguna sensación grata. Nunca iré a una montaña donde las circunstancias no dan paso a la viabilidad de un rescate como lo son todos esos ochomiles.
¡¡Menos mal que hay montañas más bajitas y con menos gentes!!

Mano Negra dijo...

Jonc hu no hace falta irse al Himalaya para ver un circ o y los payasos, payasetes alpinos tienes en Galayos y Pedriza mil, ahora estan con el chiste de taladrar y sicar los clavos que meten en el agujero, ?a que es gracio?