Otro día en el paraíso (3)

PRIMER LARGO

-Bueno don Cristóbal, ¡segundos fuera!  Me concedo a mi mismo el honor de comenzar la vía, llevo toda la chatarrería encima, así que…damos un traguito de la botella de agüita milagrosa, me coloco el casco en la mollera y… vamos p’alante. Al loro Cris que voy.

Bien: empieza él, como estaba previsto, sin sorpresas; le miro y mi cabeza se llena de historias de mi infancia,  me recuerda aquellos Serenos que patrullaban las calles madrileñas durante la noche,  armados con un chuzo y embutidos en una especie de gabardina gris y gorra de plato, a la usanza de la policía armada de aquellos lejanos ya  años sesenta, y   con las llaves del portal de todos los vecinos del barrio colgando del cinturón. Juan no lleva  llaves, el carga fisureros,  cintas exprés, friends, cintas planas y algunos cachivaches mas colgando del arnés, y cambia la gorra por un casco ligero de fibra,  pero la sonrisa y la disposición…,  amigo, esa es la misma que ofrecían los serenos a sus vecinos en plena noche, siempre de buen humor, siempre dispuestos a abrir el portal a los rezagados aunque el trabajo no daba ni para comer; eso si no les hacía falta cama, trabajaban toda la noche y luego durante el día a buscarse la vida en  lo que saliera.  Dieciocho horas de trabajo por jornada, para llevar el pan a una familia que le esperaba pacientemente, en una corrala con el wáter comunal en el pasillo, lo llamaban la España profunda, aunque era y sigue siendo una España  bien superficial.

Ha dado tres pasos por la pared dando pataditas con la puntera del gato, tanteando, midiendo la textura de ambos, coloca las dos cuerdas entre sus piernas, y se detiene a inspeccionar visualmente el camino vertical, es un Guepardo acurrucado a sotavento olisqueando la hierba en la sabana, con la vista clavada en lo que debe ser la línea a seguir, mientras pone a trabajar al radar, buscando referencias, seguros,  cantos,  y midiendo la longitud del trazado hasta la primera reunión, entretanto  agita sus manos buscando la correcta circulación de la sangre hacia las yemas de los dedos; resopla, se concentra,  palpa todas las unidades del material , y con la cabeza gacha medita, busca su Ángel de la guarda para que le acompañe . Es impresionante, nunca antes lo había analizado, es una coreografía precisa, hermosa, digna de un  Ballet majestuoso. Me encanta su comportamiento, es ciertamente un predador ejecutando su danza serena y metódica  previa a la caza.

-El primer largo es fácil, según lo veo,  va por la placa hasta el resalte de la derecha con el bloque grande ese que se ve allí arriba, luego en travesía a la izquierda por la vira hasta la base del muro ese con el  diedro a su izquierda. Chupao,  así a  primera vista no pasa de V/V+.

Ya está dentro, no se…, no me puedo concentrar,  y ahora su vida podría depender de mí, y ese es el problema, en estos años de atrás mucha gente dependió de mí y les defraudé, no pude estar… ¡no!, no supe estar a la altura y todo se fue al garete, pero me he jurado que esto no sucederá otra vez. Me vi a mi mismo como un gran hombre de negocios, y  fundé una empresa que se supone debería haberme llevado al Olimpo de los magnates, derecho a la primera página de la revista Forbes, a la riqueza y la buena vida, pero como se ha comprobado no tengo maneras de empresario, y se ha ido todo a la mierda. Pero no solo lo mío están esas familias que dependen del trabajo que ofrecía la empresa.
Alguna vez en la vida todos nos creemos Bill Gates, y reclamamos los diez minutos de fama que Wharhol dijo que todos tenemos por derecho. Lo cierto es que la gloria y la fama son cosas reservadas para unos pocos elegidos, que incluso en infinidad de ocasiones ni siquiera han perseguido. El noventa por ciento de las veces, el éxito pretendido resulta ser una quimera.


-Dame cuerda Cris que te veo un pelo atolondrao, y estate atento que no te veo metido en faena,  tienes la misma cara que el que mató a Manolete.  voy a meter un cacharro  a la entrada de la travesía con una cinta larga, no habrá problemas para que corra la cuerda en el bloque gordo este, además está algo tumbadilla, sin problemas, así a vista parece que la  travesía no se puede asegurar pero creo que tiene bastante canto, y no es muy larga, unos… siete u ocho  metros;  si me voy al final, voy a dar un pendulazo que ni el Botafumeiro, ¡atento Cris!

Va deprisa y con elegancia el guaje, pie tras pie, mano sobre mano, con la cadencia exacta como mandan los cánones de la escalada,  confiando su peso a las puntas de los dedos de sus pies, practicando ballet sobre la pared con exquisita delicadeza. Tengo que reconocerlo el Juanito escala con la misma seguridad que las puñeteras cabras, y con la esbeltez de Nacho Duato, es además un Carl Lewis de la vertical, y un ejemplo de cómo estos tíos no dan ningún crédito, ni sienten respeto alguno por la ley de la gravedad cuando escalan; algún día, aunque no ha subido ocho miles, sobre todo por cuestiones económicas, a ver en su caso quien es el guapo que se paga un viajecito a Pakistán, y las grandes expediciones ya se sabe, no son para los buenos sino para los recomendados, algún día  la historia hablará de él.

Cuando le conocí éramos dos chavalillos más  del barrio de Chamberí, su madre era la portera de un inmueble en la calle de  Raimundo Lulio, y su padre era farolero del ayuntamiento, una profesión que parece sacada de un libro de Dickens, y que por supuesto como el ochenta por ciento de las profesiones de entonces, no daba para comer. Por lo que durante el día arreglaba pinchazos y otras zarandajas  en un taller de bicicletas en la avenida de la  Reina Victoria.  Pasábamos el día en aquel colegio de la calle Garcilaso patrocinado por las monjas, mientras hacíamos que estudiábamos, y a su vez el maestro hacía que nos enseñaba. Nos pasábamos la clase escupiendo bolitas de papel por el canutillo de un bolígrafo, en dirección a la mesa del señor maestro, don Julián, aunque era más conocido por el “boliche”, que era el aspecto que ofrecía su inmensa calva a vista de pájaro. Cuando Don Julián se quedaba traspuesto con la cabeza tiesa sobre un libro, en su apolillado escritorio asentado sobre una tarima plagada de chinches, cosa que sucedía con bastante frecuencia, y un hilillo de baba descendía por su mentón, los avezados pupilos redactábamos en los cuadernos de gusanillo, la historia de nuestras vacaciones; como si tuviéramos vacaciones. Creo que la gran mayoría ni siquiera sabíamos el significado de la palabra vacaciones. Lo único que sabíamos con certeza, es que había días con colegio, y días sin colegio.

En mitad del silencio, y una vez comprobada la profundidad del sopor, desenfundábamos los canutillos, armábamos las ojivas con las bolitas de papel, y desplegábamos toda la potencia de fuego en dirección a la calva del Boliche.  Cada vez que una pelotilla hacía blanco sobre su brillante calva, despertaba bruscamente y su reacción no se hacía esperar, siempre era la misma: Se levantaba de la silla y con voz de trueno se dirigía al atemorizado alumnado: ¡Usted, y usted, y usted también, a la pared! Entonces blandía una regla de madera de cincuenta centímetros con un borde afilado, y calentaba hasta la ebullición los cuellos y las palmas de las manos de los incautos responsables, escogidos sin criterio alguno, de forma aleatoria como mandaba el reglamento. Era patético. No me imaginé ni por un instante que años más tarde este chaval con aspecto de refugiado camboyano, sería mi compañero de cordada.

-¡Cris! Estoy en la reu del diedro, la travesía se da sin problemas, tiene buen os agarres, y no es difícil, a lo más hay algún paso de V+; voy a recoger cuerda, avísame cuando estés listo.

Bien ya me toca, espero más por el bien de Juan que por el mío relajarme un poco y dedicarme a escalar que es a lo que he venido, lo que tenga que pasar después, eso. Que sea después. Lo bueno de este oficio es que te ocupa el ciento diez por cien de tu disponibilidad,  y te olvidas del entorno, es como bailar en la cuerda floja; mira por dónde, me viene a la cabeza la estampa de Dean Potter paseando sobre el cable del slack line, desde La cumbre de Lost  Arrow, hacia Upper Yosemite falls con los pies descalzos,  y  sin red. El patio es de trescientos metros sin anestesia.  Hay gente especial, da vértigo solo con mirar la foto del Potter ese. Todos hemos querido alguna vez ser reconocidos en el campamento cuatro del  Yosemite National  Park, ver como los escaladores nos siguen con la mirada mientras nos dirigimos al Cap., y creo que todos hemos querido alguna vez vestir la capa de los Supermanes  Cassin, Reynold Messner, Ernesto Rabadá, ser los primeros en escalar una vía maravillosa, como la Canal del Pájaro Negro a la Peña Santa, tal y como en su día  hiciera el grandísimo Pedro Uduaondo…, sin embargo para mí ya no hay tiempo, hoy es mi último día.

1 comentario:

MCB dijo...

Sobre el relato creo que ya lo he dicho varias veces, es muy bueno y la historia me parece bastante interesante, así que ahora le toca a las fotos, que tambien están muy bien elegidas.

Saludos