Otro día en el paraíso (6)

UN ESFUERZO MÁS

Otra reu más, me ha costado Dios y ayuda superar ese maldito tercer largo, y no sé si me quedan fuerzas para el resto de la vía, pero he pasado en libre por el diedro, y a pesar de ir de segundo creo que es toda una proeza, esto me está empezando a gustar, me siento cómodo y después del infierno de esta tirada el resto será como ir en taxi, creo que yo mismo desconocía mi auténtico potencial, bueno para ser justos si no es por Juan… bueno ahora a por la cumbre, ya no hay barreras físicas que se interpongan entre nosotros.

Después de unos años ya ninguno de nosotros jugaba al balón en la calle del Castillo, ni al rescate en la plaza vieja, quien más quien menos aprendía un oficio a base de gritos y guantazos por un salario de dos mil pesetas al mes, diez horas diarias, seis días a la semana. De un plumazo la niñez a tomar vientos, y el encuentro con la madurez se efectúa de sopetón, sin pasar por la juventud. Únicamente  Sebas cruzó la barrera de la infancia con serenidad, es verdad que su padre era piloto de Spantax, y su madre jefa de sección en los Almacenes San Mateo, y además  era el mayor de todos; Se largó a estudiar veterinaria en la Complutense, y el día que ingreso en la universidad  su padre le compro un Seat 124. Solo le volvimos a ver en la boda de Sandalio. Hablando de bodas me viene a la memoria la boda de la hermana del Canito, que por cierto estaba de muerte, aunque tal vez fuera por la insuficiencia sexual de mi ardorosa pubertad, todas las chicas me parecían actrices de cine. Celebraron la boda en la parroquia de la glorieta del pintor Sorolla, a la que todos conocíamos como la glorieta de Iglesias, y fue entretenido porque nos pasamos el oficio tirándole gominolas al hermano mayor del Cani, que hacía de padrino, a pesar de  las regañinas de dos vecinas a las que no les hacía ninguna gracia el jueguecito. Al terminar la boda nos fuimos como alma que lleva el diablo a los salones “El Bosque” en la calle Don Quijote. Un festín, un auténtico festín. Croquetas de ave con jamón, calamares a la romana, fiambres selectos, eso solo de entrantes. Lo estoy recordando y aunque parezca extraño, Aún hoy siento aquellos sabores en el paladar…, trucha a la Navarra, ternera en su jugo, tarta nupcial y un puro, si, un puro, y a las señoras y a los niños un Winston.

En el momento de los champanes, y poco después de los consabidos vítores se levanta el Lorenzo, que iba un pelín pasao,  copa en mano,  y comienza a entonar las primeras estrofas de la cantata de Santa María de Iquique, atentos al reclamo de nuestro comandante en jefe, nos levantamos para acompañarle en tan singular cántico; de esa manera, los representantes en España de Quilapayún hacen sonar la Cantata por todo el recinto. De repente y sin mediar palabra, el novio se levanta se cuadra, y en posición de firmes comienza a entonar el himno de la Legión, acto al que se unen una docena de miembros, hasta ese momento sentados en las mesas adyacentes a los novios. Como en la película de  de Casablanca, las dos tonadas pujan por imponerse a la vez que se adueñan de los salones; Julio el “sordo”, enajenado por las notas del himno de la Legión, arrojó cual misil  los restos del plato de ternera en su jugo a los integrantes del coro patrio.

Fue una lástima pero todo acabó ahí, yo empezaba a imaginar una guerra de tartas tipo película muda, pero el personal de los salones se hizo rápidamente con la situación, y tras una retahíla desmedida de bofetadas y empujones, a la puta calle los más débiles. Resulta que el novio, era sargento de la policía armada destinado en la brigada de investigación social, y aquello de Santa María de Iquique le superó con creces, no estaba dispuesto a aguantarlo y menos el día de su boda. Ni que decir tiene que tuvimos que aguantar la bronca de la familia al completo del Canito, pero eso sí, al amigo Julio lo único que le importó fue el tiempo desaprovechado: ¿Y para esto me he quedao yo sin escalar?
 Cuando compré mis primeras botas de alta montaña, aquel mismo fin de semana, fue con motivo de estar listo para el viaje al Espigüete, y la ocasión lo merecía. Fui con Carlos Madruga a Gonza, en el Rastro, llevaba el dinero enrollado y sujeto con una goma, era mi sueldo de un mes y lo apretaba en mi puño cerrado, quería esas botas pero era difícil abrir la mano y dejar volar toda esa pasta. No tenían mi número así que me llevé un número más alto, Carlos decía, “no hay problema tronco, te pones otro par de medias y a otra cosa”. Le creí, Carlos tenía diecisiete años y experiencia. Salía al monte desde hacía seis meses.


¡Venga Cris atento solo dos largos más y nos plantamos en la cumbre! Esto es Jauja

Conocí a Aurora en el Valle de Ordesa, Fuimos Juan, Manolo Cruces, Andrés, y Javi el Pasota, con la sana intención de hacer alguna vía en el Tozal del Mallo, y tal vez subir al Goritz, y desde allí alcanzar la cumbre del Perdido, era un largo puente de una semana Santa tardía, es decir en el mes de Abril, lo que permitiría matar dos pájaros de un tiro, roca limpia por un lado, y buena nieve en las alturas. Aurora era una montañera a la nueva usanza, más escaladora que andarina, autosuficiente, y luciendo una musculatura producto de una asistencia al gimnasio de forma regular. Veo aquellos ojos marrones con nitidez, su pelo oscuro rozando el cuello, y su sonrisa, aquella sonrisa doblegaba ejércitos. Estaba en el aparcamiento de Ordesa con algunos colegas, uno de ellos era conocido de Andrés y fundimos los grupos en saludos mutuos. 

- ¿Qué vais a hacer? - Me preguntó directamente como si nos conociéramos de toda la vida.

 – Bueno hemos pensado subirnos al Tozal por las Brujas – Le contesté sin dejar de mirar su sonrisa.

 - ¿Lo de bruja no lo dirás por mí?- contestó señalándose a sí misma con su dedo índice.

 A eso lo llamo yo un corte jamonero, me dejo planchao, sin saber que responder, creo haber soportado en mi cara todas las versiones imaginables de rubor, boquiabierto y supongo que por supuesto con una cara de imbécil digna de medalla.

- Es una broma compañero, nosotros también vamos al Tozal. Pero con menos aspiraciones, vamos a la Ravier.

Aquel puente, escalamos, conversamos, y nos enamoramos.

Mi vida era perfecta, tenía monte, trabajaba para mí mismo, compartía mi casa con una mujer, viajábamos por el mundo a la búsqueda de nuevas sensaciones, y el tiempo pasaba como una locomotora a gran velocidad, había alcanzado el Shangri-La, y estaba dispuesto a disfrutarlo.


Estoy arriba Cris, es un pasote de largo, te va a encantar, nunca antes hemos hecho nada semejante, hemos liberado la vía, ni un maldito A0, todo a mano, venga tío tira p’arriba, que estoy a un tiro de la cumbre.

Bien voy a subir, pensándolo bien, estoy en buena forma y con toda esta historia que me he montado yo solo, no me he dado cuenta de que estoy haciendo la mejor escalada de mi vida, para ser sincero escalar con Juanito es un lujo, es todo más fácil, supongo que transmite su personalidad a la escalada, su forma simple de transitar por la vida, no buscar las complicaciones más allá de lo necesario.

 Después de casi diez años sin verle, Juan y yo nos encontramos en el Club Alpino, en una proyección de una expedición a los Andes, eso sí, no recuerdo ni la expedición ni a sus componentes, el caso es que allí estaba, y me sorprendió no solo su presencia, sino su estructura corporal, ya no era aquel chaval esmirriado que se subía por las tapias del barrio, era un tío fornido, sin gota de grasa en su cuerpo, de tal manera, que fue él quien me reconoció. Hablamos, recordamos los viejos tiempos entre risas y nos emplazamos para escalar en la Pedriza ese sábado, desde entonces formamos cordada. Yo no me considero mal escalador, pero a su lado parezco un perfecto inútil, muchas  veces me he preguntado que le llevó a escalar conmigo.

De aquí hasta la cumbre los largos restantes son puro trámite comparados con el infierno anterior, se podría decir que después del éxtasis anterior, prácticamente se podrían hacer  en ensamble, la vía se puede decir que ha terminado, bueno es verdad que hasta que el árbitro no pita, no se acaba el partido, pero tendría gracia que nos fuéramos a matar en este tramo después de todo lo que hemos pasado. Haciendo un repaso la verdad es que ha estado bien, ¡qué coño!, ha estado muy bien, y es una vía que bien puede servir de preparación para acometer esos séptimos de Alpes, y de Yosemite.

Tozal del Mallo, Ordesa

¡Venga Cris!, te voy a conceder el privilegio de hacer cumbre el primero que te veo animado, te voy a hacer una foto para que la cuelgues en la galería y puedas presumir de escalador.

Voy ascendiendo, siento un hormigueo que me electriza la piel, y noto cierta ansiedad por llegar a la cumbre. Adoptaré la postura de la “X” para la foto. Me gustaría un entorno nevado para ponerme en la piel de Anglada, transformarme en su espíritu de color sepia, y tener un piolet que blandir en aquel  singular cielo de papel de periódico. Hoy en mi viejo barrio no queda nadie, quiero decir que no queda nadie de aquellos que compartieron mi juventud, tengo la suerte de compartir este espacio con Juanito. Echo de menos aquellos partidos de fútbol en la calle adoquinada, las partidas de canicas en el patio del instituto, los cromos y las excursiones al Rastro, para encontrar aquellos ejemplares difíciles que nunca salían en los sobres, los trabajos eventuales como monaguillo en la Semana Santa, que te permitían por unos días acceder a la comida de los curas, y al vino de misa.


 Echo de menos a las niñas del parque con sus uniformes azul marino, porque sin la más mínima duda eran lo que más alegraba la vista de los híper hormonados machos, futuros reproductores del lugar, las filosóficas discusiones en los bancos de la Plaza Vieja, y por supuesto, me lleva el alma pensar en los autocares de la Viuda, repletos de aspirantes a hombres y mujeres, con mochilas atiborradas de ilusión y de esperanza, jamás he tenido enemigos en la montaña, nunca me ha negado el saludo alguien con un macuto lleno de cachivaches de escalada. Creo que nunca habría compartido mesa y cama con perfectos desconocidos fuera de las montañas.

Es extraño, veo el pasado frente a mí como algo natural, vivo, me veo a mí mismo mirándome a la cara, es mi vida, no la podría haber vivido de otro modo, no me habría gustado vivirla de otro modo. Tengo un regusto dulce, Juan lo ha dicho, hoy ha sido un gran día, por fin ya estoy en la cumbre, no puedo describir la sensación de felicidad que me invade en estos momentos, soy feliz, tremendamente feliz, no puedo expresar mi felicidad por métodos convencionales, inteligibles, el mundo gira sobre mi cabeza, sobre los apretados puños  y  mis brazos extendidos.  ¡Venga Juan, un abrazo!


1 comentario:

Carlos Gallego dijo...

Vamos a ver...vamos a ver. ¿Quien éres Tripperworld...quién éres?...no...mejor no me lo dígas..algún día pudieramos cruzar miradas y será más importante pensar que quizás éres...
Personajes...lugares...expresiones...vída...me resúlta tan familiar que hasta recordé El Bosque...repleto de esas mujeres de las de antes...que siempre eran guapas.
No sé si éste último capítulo es el final...pero si no lo es...estaré encantado de seguir escuchando.
Salúdos.
Carlos Gallego.