Otro día en el paraíso (2)

2 de abril de 2.005

Paseando por la Feria del libro antiguo de Zaragoza, me llamó la atención un librito de pastas marrones titulado: “Recuerdos de un hombre de montaña”. Al abrirlo por las primeras páginas, me encontré con las dedicatorias: “A las montañas porque siempre me trataron bien, y a Aurora, la única mujer de mi vida, y a la que nunca supe querer como se merecía”.

Me picó la curiosidad y me llevé el libro por tres euros. El autor era según rezaban los créditos, Cristóbal  Cifuentes Armero, supuesto  ciudadano madrileño, por lo que se puede deducir en el texto, y sin embargo el libro en cuestión, estaba editado de forma particular en una imprenta de Avila. Al ojear las páginas, me absorbió de lleno el relato de una escalada contada al detalle, largo por largo, por lo que intuyo que tuvo que ser un acontecimiento realmente especial, pero hay un aspecto del relato que me sorprendió y despertó aún más mi curiosidad. Los lugares citados allí, tanto la aguja que escalaron, como la canal donde se encuentra ubicada esta aguja, y algunas otras referencias, me resultan familiares, pero que yo sepa no forman parte de ningún macizo montañoso de este país;  y todavía más: ni en la Federación Española de Deportes de Montaña, consta ningún Cristóbal Cifuentes con una licencia federativa, ni este pertenece a ninguno de los clubs más notorios de Madrid.

Han pasado más de cinco años, y todos estos detalles han estado revoloteando en mi cabeza desde aquel día, formando parte de mi colección de misterios sin resolver, así que hoy me he decidido a transcribir palabra por palabra este relato, con la esperanza de alguien pueda aportar algo de luz sobre los hechos. 


A PIE DE VÍA

1 de noviembre de 1.994

-Mira el croquis colega,   se hace la entrada por una placa sin historia,  Vº  o  Vº+, en  el segundo, hay un  desplome con tres pasos en artificial, pero sé que al menos hay  una o dos cordadas que han pasado en libre. El tercer largo tiene varios pasos en artificial: una fisura casi ciega limpia de polvo y paja, por un diedro de unos veinte metros tirado para  el lado malo; creo que queda algún clavo puesto,  y un taco de madera prehistórico, un A3;  supongo que el taco no habrá quien lo toque. Esa es la parte complicada, lo intentaremos en libre, con algunos empotradores, si conseguimos  colocarlos,  lo podremos asegurar.

El tercero es la clave Cris, es el largo por donde nadie ha pasado sin colgarse,  y de ahí a la cumbre será un desfile  saludando a la grada.  Superado el tercero son doscientos metros más, pero si no he calculado mal no habrá barreras que nos impidan asaltar la gloria;  no lo dudes,  esta vez haremos algo grande.

¿Qué te he dicho? Casi doscientos  kilómetros en coche, dos horas de caminata hasta el prado del viento, y aquí nos tienes, mirando  a la luz de un frontal con las pilas a punto de la rendición, un croquis patético que más que un croquis, parece el mapa del tesoro de una película de piratas de serie Z, y el tío está más contento que un concursante del Un, Dos, Tres responda otra vez  ¿Pero es que este menda nunca se achica? Me conformaría con un diez por ciento de su arrojo, de su buen talante, especialmente hoy que todo me echa para atrás, quizás más la depresión que la pared que tengo enfrente; no sé cómo puede ser tan descaradamente feliz,  si lo piensas, el guaje no tiene gran cosa en la vida, un trabajo de mierda como mecánico en un taller de chapa, y un piso del IVIMA en un más que triste y desolado barrio periférico, con menos de cuarenta metros cuadrados, y ahí le tienes enchufándose el material en el arnés con exquisito cuidado y delicadeza, los friends  grandes  y cintas exprés  a la derecha, micros y  fisureros pequeños a la izquierda, las  cintas planas en bandolera, mosquetones con seguro y el material personal  detrás con la bolsa de magnesio, parece que fuera a un concurso de elegancia y buen porte.

 Estoy enfadado y estoy siendo un poco injusto con mi buen amigo, en fin,  hace frío y el granito como era de esperar es más sucio y frío que de costumbre,  y para rematar hay un cielo pesado y oscuro  que hasta dificulta la respiración;  siento escalofríos como cuando empecé a escalar hace ya unos cuantos años. Bueno estamos aquí y ya no hay marcha atrás, bien mirado me importa un pito, al fin y al cabo me voy a suicidar, que más me da si hace frío o calor, o si hay un diedro extraplomado,  o tacos y clavos roñosos en la pared. Desde que Aurora se fue  hace tres meses, voy sin rumbo, lo hago todo mecánicamente, como los zombies, con desdén.  Mañana, al final del día por fin descansaré, ya se las apañará el Juan que para eso le sobran tablas.


Por cierto el que le puso nombre a este sitio, lo clavó, el puñetero viento te silba en la cara como Kurt Savoy en la muerte tenía un precio. A todas las características de esta pared, había olvidado añadir el viento. Este maldito lugar está en el cuello de botella que forman la peña del Sagrario, y la punta del Carmen, haciendo que la garganta ciega parezca un reloj de arena, y justo a la salida del cuello por la parte baja está la pradera, frente a la oeste de la Escondida. Así que tenemos por orden de aparición: frío, humedad, verticalidad extrema, ausencia total de agarres en los sitios clave, y viento, mucho viento. ¿No podría haber escogido el verano para llevarse las medallas?

 Empezará  él, siempre empieza él, da lo mismo si es tercero como si es séptimo grado,  no puede soportar la espera en el primer largo de cuerda, tiene que liberar la tensión desde el primer momento, porque además de todas las cualidades que se me ocurre que tiene, y que son muchas, es culo de mal asiento;  no creo que pudiera trabajar vendiendo billetes en una taquilla del metro, o restaurando obras de arte en el sótano de algún museo. Es un artista en todos los sentidos, pero eléctrico, le das la mano y te da calambre; si la escalada fuera como el fútbol o el tenis, estaríamos hablando de un menda con salario de estrella, ocupando portadas en revistas ilustradas,  y protagonista de los espacios deportivos en televisión, pero la vida es la vida y para ser sincero no me veo ni a mí, ni al Mula metiendo goles en un campo de fútbol, o pelotitas en un hoyo diminuto a cien metros de la casa club.

Vista de la Canal Negra en Galayos. En el centro de la imagen el colosal flanco suroeste de la Torre Amezúa, y justo a su izquierda en el centro de la canal, se puede distinguir el perfil de la cara noroeste de la Aguja Negra tapada hacia el oeste por la Punta Maria Luisa. Es el escenario que más recuerda a la punta Escondida.


La verdad es que me siento un poco ridículo, estoy en el momento más trascendental de mi vida, después de tomar la decisión que debe acabar con mis días en este mundo, y mírame, metido en un saco de dormir, sobre una pradera empapada de agua, y escuchando a mi querido amigo venga a hablar de placas, reuniones, largos de cuerda, que si te acuerdas de la arista de no sé qué, de aquel día que bajamos esquiando por no sé donde…, es como una letanía que me adormece, me incomoda, no entiendo como todavía no se ha dado cuenta de mi estado, yo ya le habría mandado al carajo sin contemplaciones, pero claro es Juan, el irreductible Juan y su perpetuo ánimo, su todo es posible, su feroz lucha contra la apatía, y bueno está bien, voy a reconocerlo: su profunda fe en la amistad. 

1 comentario:

MCB dijo...

Como ya te dije en la entrada anterior, te superas a ti mismo.

Lo que llevo leido hasta ahora de "Otro dia en el paraiso" me parece bastante bueno y creo que deberías hacer algo con ello además de ponerlo aquí.

Espero la tercera parte. Cristobal Cifuentes Armero me tiene enganchada total.