Otro día en el paraíso (5)

TERCER LARGO

-Esto es duro amigo, la cosa se va poniendo complicada según vamos tirando,  voy a colocar un cacharro aquí por si vuelo desde arriba, no quiero estampar mi cabeza contra la reunión...
¡Tronco… he llegado al primer clavo!, está mas oxidao, que el miembro de mi jefe, a partir de aquí esto se extraploma, la fisura es casi  ciega; no sé cómo me las voy apañar para meter seguros, se me van a quedar los brazos como un chicle masticao.  Atento que me parece que no voy a poder  poner nada hasta yo qué sé donde, y el vuelo puede ser de juzgado de guardia.

Estoy empezando a ponerme tenso, espero y confío que si lo ve chungo, pondrá una cinta larga y meterá el pié,  o meterá una exprés, o llamará a los bomberos y lo solucionará en A0, aunque si lo pienso bien, ha venido hasta aquí para forzar la vía en libre y si tiene que caer cien veces, caerá. Claro que como esté esperando a que le saque yo las castañas del fuego lo lleva claro, hoy no doy ni dos duros para el Domund. Como le envidio, se fija una meta y la consigue como sea, si no es hoy será mañana pero no se rinde jamás. Necesito calmarme, si lo miras bien no lo he hecho mal en el largo anterior, o sea que no voy tan patéticamente horroroso. Bueno vamos a estar atentos al Juanito.

 Por aquellos años divertirse en Madrid consistía en llenar un tacón de zapato de tachuelas, y jugarse los cromos en cualquier lugar abierto, y con catorce años, pegarse a la puerta de la Casa de Córdoba, para que en un descuido del portero, ¡zás! Entrar como un rayo hasta el salón que servía de discoteca los sábados y domingos por la tarde. Éramos los últimos  golfillos, los residuos de la post guerra, los confines de una civilización perdida en el fondo de la España subdesarrollada. El Seat 600 y los pisos en Arganda, estaban convirtiendo al obrero madrileño en señorito de feria, amanerado y bien educado, ya no estaba bien visto llevarse las aceitunas por el morro en la tienda de frutos secos de la Manquita, ni fumar hojarasca liada en papel de periódico, en aquel momento lo que se llevaba, era comer gambas en la tasca de la esquina, y tirar las cáscaras al suelo en la base del mostrador, hecho que infundía prestigio e hidalguía al local en cuestión.  Creo que los espacios abiertos de la Pedriza me trastornaron para siempre, y a Juan… a él le proporcionaron una perspectiva entre tanta miseria.

El símbolo del progreso

-¡Cris atento!, me chiclean los brazos, no sé si voy a llegar al clavo, la fisura es imposible, de yemas a muerte, no me entra nada de lo que llevo colgando, la grieta es demasiado estrecha, los fisureros que llevo son muy grandes, no sé si lo voy a conseguir.

No te caigas chaval, ponte el traje de Spiderman, pero no te caigas. Tengo las dos cuerdas combando sin piedad desde su posición hasta el friend que ha puesto a la salida de la reunión, y está a casi veinte metros de distancia, lo que implica si las matemáticas no fallan son cuarenta metros de vuelo libre, porque el clavo no cuenta. Espero que lo saque porque lo que es yo… Parece que el tiempo se hubiera detenido, todo lo que sucede a mi alrededor va a cámara lenta. Yo aquí distraído con mis recuerdos y el Juan está pariendo quintillizos, me voy a empezar a preocupar. Ni siquiera soy capaz de animarle, tengo un nudo en la garganta. Si cae será el fin, sin un puto seguro desde el clavo roñoso, que no aguantará el salto, se va a estampar contra la pared por debajo de mí.

Tengo la mandíbula apretada, me va a estallar la cabeza, nunca antes me había dejado dominar por el miedo, creo que debería ser yo el que estuviera allí arriba, el que debería machacarse contra la pared, después de caer cuarenta metros a plomo; soy yo quien tiene que desaparecer y no Juan, voy a llorar... de miedo, de rabia, de cólera, de impotencia…


-¡Hostias compi!, parece que esto afloja, tengo algunas regletas grandes para los pies y estoy viendo la luz al final del túnel, veo el  taco, tiene un alambre; si logro pasar un mosquetón todo será distinto. Al loro que voy a pasar, dame cuerda. Estoy fundido, no estoy seguro de que vaya a conseguirlo pero solo me quedan dos metros, dos metros hasta el taco.

¡Joder!, ha pasado lo más tenso y se acerca a la reunión del tercer largo, ¡lo está haciendo!, va a salir, ¡eres una máquina Juan!, no me lo puedo creer, ¡eso es, ese es el Mula!, ahora me ha dado la risa floja y estoy sudando como un pollo, te voy a comer a besos maldito cabrón.

-Tengo un buen agarre para la mano y el desplome empieza a enderezarse, y la fisura se abre lo suficiente para meter los cazos, he pasado lo peor Cris, la reunión está a dos pasos, ¡ya es nuestra!

 ¡Bien, bien! Joder que descanso, se me han soltado los brazos de la cuerda sobre el reverso, y caen flácidos sobre los costados, mi cuerpo entero pende desmadejado del ballestrinque.  Es curioso, así al principio quiero acabar con todo, y de repente me da por saco matarme en esta tapia, será lo del Ying y el Yang, de cualquier manera no me arrepiento de haber venido, a pesar de la flojera y los nervios que me tienen como un flan, y es que escalar con el Mula una vía como esta, es lo que uno siempre ha esperado, un regalo de dios.

 Pero ¿cómo he llegado hasta aquí? la respuesta es sencilla: yo era un culo   inquieto, y como le sucedía a Paco Martínez Soria, la ciudad no era para mí. En mi infancia terminar el bachillerato, era un logro de la misma categoría que ascender por el espolón de  los Abruzos a la cima del K2, yo terminé tercero de bachillerato, y acabé en un taller de mecánica, el Juan arreglando aletas abolladas de los coches, y Sandalio horneando libretas de pan candeal en una tahona de la calle de la Palma. Solo Sebas fue a la universidad, pero es que el Sebas era de categoría, vivía en la glorieta de Rubén Darío. Lo normal para los del montón, era acabar en la una escuela de formación profesional, aprendiendo oficios como el de “bobinador”, lo que me lleva a  imaginar a un panoli haciendo bobinas de hilo de cobre, imprescindibles para los inducidos de las dinamos  de los coches y yo que sé que más cosas,  diez horas diarias, seis días a la semana, lo que era demoledor para los hijos de la calle, totalmente dependientes del por aquel entonces limpio aire de Madrid, y porque en nuestra habitación dormíamos seis personas, o siete cuando al llegar a casa, te encontrabas un día al primo del pueblo viviendo allí, a ese que no conocías ni de verlo en fotos, porque le habían destinado a hacer la mili en Carabanchel en un cuartel de infantería .

Josep Anglada y Jordi Pons camino de las Dolomitas
  La calle era tu hogar, era el sitio a donde te mandaba tu madre por múltiples razones: hijo vete a comprar el pan, hijo vete a la calle que estoy fregando el suelo, hijo que me estas poniendo la cabeza como un pandero. 




Los estadios de fútbol para chapas eran de tierra, y estaban en los parques; las carreras ciclistas, surcaban carreteras de arena construidas con las palmas de las manos, y estaban en los parques; los amigos no eran de tierra ni se hacían con las manos, pero estaban en los parques; la vida era sencilla: si tenías parque, tenías casa. Así que aquello era el final del principio, aún no te ha salido el bigote y ya estás licenciado en historia de la vida.

 Un día  a causa de un catarro de esos que rascan en el pecho como la marcha atrás  de un Simca 1000, di con mis huesos en el ambulatorio,  alguien dejó un diario deportivo en el asiento de la fría y escasamente iluminada  sala de espera,  y al ojearlo, en páginas interiores una foto a doble página me llamó la atención: era un tipo vestido de pescadero, con botas katiuskas y levantando un pico de la mano, uno como esos que llevan los obreros para hacer zanjas;  con  la cara quemada y gafas de soldador como las que usaba el Juanito, estaba de pie sobre lo que debía ser el pico de una montaña con un montón de nieve. El pie de foto decía:

“Reuters.- José Manuel Anglada consigue el primer ocho mil nacional al hoyar la cumbre del Annapurna oriental en la cordillera de los Himalayas”.

 No voy a decir que me impresionara, primero porque no tenía ni la menor idea de lo que estaba viendo, y segundo porque no sabía muy bien con que relacionar esa noticia, pero me quedó grabada esa enorme sonrisa de satisfacción sin límites, que le llenaba la cara por debajo de las gafas, y no entendía bien el por qué de esa satisfacción, iba vestido como un zafio y no tenía pinta de estar muy bien de salud; a pesar del amarillento de la foto su aspecto era bastante tétrico, a juzgar por el oscuro color quemado de su cara. Recuerdo que pensé: Si este tío es capaz de reírse en semejante situación es que ha hecho algo grande y lo demás  le importa un pimiento. Creo que hasta aquel día yo no había visto un alpinista en mi vida, es más, dudo que supiera lo que era un alpinista. Jamás olvidaré a Josep Manuel Anglada.

La casualidad me sacó al monte, y aquella vez en el Yelmo, el oxígeno entraba a presión en mis pulmones, y el brillante sol del otoño me abrasaba la cara. Creo que fue allí donde la Pedriza me atrapó, recordé a Josep Manuel Anglada con el careto quemado, sonriendo en aquel periódico de color sepia y entonces, sin el menor esfuerzo, fui capaz de comprenderlo.

El Annapurna, una de las montañas más hermosas del Himalaya


3 comentarios:

MCB dijo...

Me alegro de que hayas decidido seguir. Tu sabes que el relato es muy bueno, así que es una pena que se quede en una carpeta en el disco duro del ordenador, tiene que salir a que le de el aire.

Me gustan todas las fotos pero la del Himalaya me encanta. Me gustan mucho las montañas con nieve.

Un abrazo,

MCB dijo...

Quería decir el Annapurna, pero bueno da igual, despues de todo esta en el Himalaya

canuto dijo...

Pues yo tambien me alegro de que sigas escribiendo
Aunque no participemos seguro que somos mas de uno que seguimos tus interesantes relatos

Yo soy de tu quinta, quinquenio arriba o quinquenio abajo, y me suenan muchas de las personas que citas. Seguro que habremos coincidido en el Tolmo alguna noche o en Julián o en la Fifi o donde sea

Me ha vuelto a despertar el gusanillo y si antes volvia a la Pedri una vez al año, y en primavera, desde que sigo tu blog casi desde el principio he vuelto al menos una vez al mes (mi cuerpo no da para mas) y hasta tire mis botas "Vendramini" y me compre otras de "esas modernas que pesan poco" pero que coño no son las que llevaba Rebuffat en su libro Hielo, Nieve y Roca.

Hasta he vuelto a subir al Mte Perdido y al Curavacas (vaya mierda de pedrera)

Por no hablar del collado de la Ventana, Las Torres, etc. que es lo que mas me priva

Lo que me "desmoraliza" es lo que ha "avanzado" la practica de la montaña y de pronto donde yo hecho el bofe aparece un medio tarra corriendo en calzoncillos con solo la bolsa de agua

Pero claro yo voy a recordar viejos tiempos

Hablando de desmoralizacion, ¡que decir del Carlos Soria que con los setenta y tanso ha subido lo que ha subido.

Pero en fin a cada uno lo suyo

Sigue que vas muy bien
Una abrazo