¿Que he hecho yo para merecer esto?



Siempre he tenido suerte en la vida, y cada vez que se me venía el mundo encima la Diosa de la fortuna ha extendido su manto para echarme un capote. Dejé el instituto con trece años de edad para dedicar mi vida a trabajar en un proyecto de aniquilamiento cerebral  con unas perspectivas de éxito garantizado. Cuando todo parecía que se iba a resolver satisfactoriamente, es decir, que se confirmaba que ingresaría de inmediato en el mundo de los imbéciles, un buen amigo me llevó al monte, lo que dio a mi vida un giro de 180º.

Durante unos pocos meses el hecho probado de que no sería capaz de proveerme ni siquiera  del material básico imprescindible – tenía un chubasquero de segunda mano, un trozo de cuerda de perlón también de segunda mano, y algunas clavijas fabricadas artesanalmente con marcos de ventana – mis deseos de seguir practicando la escalada de disolvían con la misma velocidad que una pastilla de bicarbonato sódico en un vaso de agua. Pero he aquí que la diosa de antes volvió a fichar para ocuparse de mi caso, y en esta ocasión me presentó a Loquillo en la base la pared de Santillana. Era un tipo elegante y de aspecto atlético, el maestro de ceremonias fue un amigo común, Jaime se llamaba, conocido por “grados” que E.P.D. Yo no sabía quién era el tal Loquillo, pero después de ver lo que hacía por la placa que hay a la derecha del canalizo de entrada, me dije: Mamá yo quiero ser como este”.

Años después de idas y venidas, de conocer mundo gracias a esta abnegada actividad, que una vez que te engancha es muy difícil que te suelte, a lo más que llegué fue a formar parte de la tercera división en la liga de los trepas de este país, pero lo bueno de este deporte es que como no hay público, no hay medallas, ni te reciben los presidentes del gobierno, salvo honrosas excepciones, pues ahí te quedas, disfrutando del paisaje, pero que casualidad, como llevaba mucho tiempo pasándomelo de cine, y con el color de cara de la mismísima Heidi, unos serios problemas de salud me enviaron directamente a ver los partidos desde el gallinero. Mi vida volvió a caer en picado, a trastornos de esos que curan los psiquiatras, solo gracias a que mis ingresos no me procuraron nunca una asistencia continuada a esos grandes profesionales, creo que sigo cuerdo.

Menos mal que ahí estaba, infatigable al desaliento, dispuesta como el primer día mi amiga la fortuna. Volví a reunirme por pura casualidad con viejos amigos a quienes no veía desde hacía algún tiempo, los hermanos Maxi y Paco Murcia; hablamos y me presenté un día en “Espacio acción” para saludarles y por qué no decirlo para llorarle a alguien, desahogarme un rato y volver a mis miserias. Esta gente forma parte de la elite, a unos les gustaran y a otros no, pero están en primera, recordé a Loquillo y me picó el gusanillo; tras unos días viéndonos Maxi me dijo: -¿Te gustaría escalar?- Me lo pensé, y me dije - como gustarme sí, pero soy una piltrafa-. Con las mismas un tío que no tiene tiempo ni para mirársela, con objetivos deportivos a años luz de los míos, dedicó un domingo para escalar conmigo en el Pico de la Miel. Días después su hermano Paco, hizo lo propio en la sacrosanta iglesia de la escalada castellana, en los Galayos. Volamos por la Rivas de la María Luisa, lo que de un plumazo me concedió un billete de vuelta al mundo.

Hoy un “amigo” del Facebook, al ver su cara entre montones de celebridades en un fotomontaje graciosillo, me agradece el gesto en un comentario, y me dice que no cree ser merecedor de estar allí compartiendo el Olimpo entre los grandes, y me ha hecho reflexionar: ¿Qué he hecho yo para merecer todos esos momentos de fortuna, que han impedido mi hundimiento hasta los abismos más impenetrables? Nada. Por más que lo pienso, no he hecho absolutamente nada.

El amigo de la red social en cuestión se llama Daniel Guirles, y pienso responder contundentemente a su duda. Ud. Sr. Guirles es un ejemplo de libro, una de esas personas con una visión lo más parecida a la de Julio Verne  en aquellos días de los setenta, a tres galaxias de distancia de  la que gozábamos el resto de los madrileños, es verdad que no era el único, tirando del carro estaban el Calavera, el propio Loquillo, Tino, Culebras, el Mogo, Lucas, etc.; pero lo de plantarse frente a la cara sur del Yelmo, para concebir un camino desde la tierra al cielo con ligeras curvas en plan Nadia Comaneci, permítame que le diga Sr. Guirles, le hace merecedor de estar en cualquier galería de personalidades a todo lo largo y ancho del planeta.

Eso es lo mejor de ser montañero, porque yo lo que soy realmente es montañero, me quedé sin remedio anclado en el VIº, es decir en los números romanos, lo que no me permite ser un moderno escalador; y lo que me hace grande, es mantener presente a toda esa genta a la que he conocido y que jamás me ha abandonado, gente que me ha ofrecido motivos más que suficientes no solo para seguir viviendo, sino para seguir evolucionando; ver escalar a Jesús Gálvez, conocer los Picos de Europa gracias a Silvino Ronda,  escuchar consejos de mi buen amigo el malogrado Guillermo Mateos, el recuerdo de  tantas noches junto a los que he extendido mi adorado Caucasiano de color azul…

Quiero decirles a todos los que creen que no tienen derecho a estar ahí, que miren a su alrededor, porque a lo mejor tienen delante la solución pero no la reconocen; luchar nunca conduce al éxito en solitario, así que si alguna vez te preguntas ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Tal vez la respuesta esté entre tus  amigos, tus buenos amigos.

2 comentarios:

MCB dijo...

Bienvenido Tripperworld.

carlos jarque dijo...

Hay momentos en la vida de cada uno que son hitos de un camino sin retorno, curiosamente como se está averiguando ahora,estas situaciones irreversible no corresponden a decisones razonadas, se toman por intuición, ¿estamos predesditados? , si es así, bendito azar el que nos permite ser montañeros.
"el jarque"